Este es mi libro primogénito. Transcurrió mi niñez y juventud entre los exuberantes árboles de maquilishuat, las abundantes praderas y las lomas que nos servían de interminables toboganes…

Así, nuestros juegos de niños se vivían al aire libre y en contacto con las ardillas y con la abundancia de pericos que vestían con su intenso verdor nuestros cielos. Todos los de la colonia nos deleitábamos con juguetes sencillos que dialogaban largas horas con nosotros; sí, hablaban, tenían vida y dormían bien cerca de nuestra cama, donde nos arropábamos con la esperanza de levantarnos bien de mañana para seguir jugando con ellos o para ir a tirar piedritas a las quebradas de agua clara o para ir al molino a traer un poco de aquella masa chara… Cantaba el gallo, despertaba un nuevo día y el olor a la leche de vaca en las ollas soltaba un hervor que llamaba a los niños cual si fuéramos terneros a desayunar con los huevitos de amor de yema bien anaranjada.

Hubo generosos abrazos, risas tan espontáneas que brotaban del alma de esta tierra, cuentos del mago de los sueños, poesías con candor, leyendas que generaban emociones diversas de amor, de aventura, de temor… tradiciones de decorar el nacimiento del Niño Dios y valores humanos que desde temprano se sentían en el alma de El Salvador, cuando se iniciaba con el “buenos días le dé Dios” y que vivían tan enraizados en las familias salvadoreñas. Y en las calles y avenidas el respeto por la vida de los niños y las niñas, por los ancianos, por las mujeres y los hombres, y en el aula ese ambiente de júbilo, de alegría, de respeto y esa mística tan especial, y en los recreos de aquella escuela el candor con respecto a cada edad.
¿Qué hay de aquellos juegos? ¿Qué de la vida familiar? ¿Qué de tantas tradiciones? ¿Qué de nuestros valores? ¿Qué de nuestra estirpe?
Por Siempre… El Salvador, es un reencuentro con lo nuestro, y despierta con la intención de traer al aquí y al ahora aquellos pasatiempos, los sabios consejos del abuelo y la ternura y grandes valores de la abuela que quieren despertar y vivir eternamente en un espacio de nuestro hogar, circular por nuestras calles y ayudarnos a rescatar algunos elementos de nuestra identidad de Paz.

Había que dignificar a las raíces de la Tierra donde nací, había que retratar escenas que se diluían entre el olvido que no honra a quienes nos antecedieron. Había que hablar, sí, la voz del alma que palpita entre el gran espíritu de El Salvador; había que salvarlo de un escenario que lo retrata y estigmatiza, sin mirar a profundidad lo que contiene en su savia circulante.

Valores, laboriosidad, el café chorreando miel, y la sonrisa tierna de la niña que guarda entre sus manos la mirada transparente todavía. Leyendas y magia. Sencillez… El misterio y el Volcán de Izalco, faro natural que ha irradiado Luz y dirección a los barcos que solían navegar en el bello Océano Pacifico.

La estirpe indígena donde palpita el corazón de la princesa indígena y el sonido de la flauta y de la lengua nahuatl que cuando el viento nos suzurra entre la luna plena, todavía se escucha…

Había que traer a la voz de don Goyo y de doña Fina, quienes simbolizan a las generaciones ancestrales y son fruto de cientos de diálogos, experiencias, aventuras de muchos que se sumaron a la voz de esta obra, donde surge Salvador, como la esperanza que guardan muchos salvadoreños para rescatar el tesoro a salvar: nuestra identidad.

Había que hablar y es que el lenguaje del Amor se incrusta en la sangre circulante de este país digno y noble. Había que narrar… y traer nuestros valores.

Publicación y presentación

  • Su publicación y presentación se llevó a cabo con el apoyo de Banco Salvadoreño, en San Salvador, en el año 2006.
  • En la biblioteca del Banco Central, Managua, Nicaragua.
  • En la Feria del Libro de Buenos Aires, Argentina.
  • En la Embajada de El Salvador, Buenos Aires, Argentina.
  • En MacArthurPark, Los Ángeles, California.
  • En el Consulado de El Salvador, San Francisco California.
  • En el Consulado de Vancouver, Canadá.
  • En Victoria, Canadá, apoyada por La Cancillería de El Salvador, y seguirá el camino, para encontrarse contigo.

 

Prólogo, por Pedro Antonio Escalante Arce